64 centímetros de altura

La puerta del horno se abre y una criatura sube tan súbita y decididamente que se podría pensar que había nacido para escalar las grandes cumbres. 

La única media que llevaba lo protegía del frío que la tapa del horno transmitía.

Era de esos viejos hornos pasteleros en donde la combinación del hierro con el acero le dan la estabilidad necesaria para transformarse en la plataforma donde el infante hacía pie para alcanzar las medialunas de la esquina que la madre había traído apenas unos instantes atrás.

Sus 64 centímetros de altura no se veían detenidos por la superficie de la mesada ya que todo en este bebé, sus pañales a medio caer, sus piernas rollizas, su única media y su cabeza pelada, todo indicaba que estaba listo para la guerra.

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