Propósito y grandes amores

Y acá mientras me muero de dolor de cabeza, trato de descubrir mi propósito de vida.

Ouch, la cabeza. Ay dios, los dibujitos a todo volumen.

Me estalla el bocho, me estalla como que hay una explosión en el centro de mi cabeza, un campo de concentración en los bordes que presiona para que toda la intensidad no desborde y una cláusula de escape embotellada en mis cervicales.

Meditaba hace unos días y sentí que esta sensación era una emoción contenida. Molestia. Enojo. Cansancio. Bloqueo que dice que no te gastes en hacer nada porque nada perdura.

Amante del cambio.

Animarse al cambio antes solía ser sinónimo de libertad, de viajar por el mundo, rodeada de hippies, de trabajar en bares de Inglaterra mientras te dabas todos los gustos y ahorrabas para mantener a 3 generaciones de tu familia.

Pero el cambio terminó siendo que no tenés ni para el taller de escritura porque tuviste que cargar la SUBE.

Quiero irme a vivir al medio del campo, plantar mis tomates (que espero que salgan bien), tener que matar mis pollos para comer y estar todo el día al sol, sucia de tierra.

Sueño despierta.

Con un hijo ya no se hacen esas cosas. Si no me fui a los 27 ¿por qué me iría a los 34? Le digo al papá que no lo ve lo suficiente, pero AHH, me voy a Córdoba arriba de la montaña. Vení a verlo acá en la cima del Aconcagua.

¿Mencioné que la contractura del cuello se me está uniendo con la de la cintura?

Ah, nunca te hablé de la de la cintura. Vendría a ser como mi gran amor.

Estuvimos juntos casi 10 años. La conocí cerca de los 23, cuando hacía circo.

Al principio íbamos y veníamos porque no estábamos seguros de querer unirnos tan a largo plazo. Yo por mi parte, no quería saber nada con llevar una vida de dolor, pero en algún punto sentía que no podía sacármela de encima.

Ahora que se habla mucho más de estos temas, me doy cuenta que siempre fue una relación tóxica.

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